en búsqueda de simplicidad, autenticidad y cambio positivo

¿A dónde pertenezco?

En los últimos diez años he estado buscando maneras de satisfacer mis ganas de viajar. La verdad es que nunca me han importado mucho los viajes cortos o viajes de vacaciones. Lo he practicado pero nunca ha llegado a satisfacerme como realmente estar en la calle, durante meses. Sin embargo, no todos pueden darse el lujo de dejar su trabajo y viajar durante meses, ¿no? No todos tienen el dinero para hacerlo tampoco. No todos son suficientemente jóvenes y fuertes para hacerlo. Y, claro, siendo una mujer supone demasiado riesgo hacerlo, ¿no?

Pues, yo no estoy de acuerdo. Nunca me han convencido de todo las personas que sugieren que algo es imposible o una mala elección solo porque ellos no se pueden imaginar a sí mismos haciéndolo; o tal vez sería demasiado difícil para ellos asumir que SÍ es posible, pero que ellos tienen demasiado miedo para hacerlo. Es interesante que la mayoría de mi vida he pasado redeada con personas así.

Mis padres, por ejemplo, no reconocen ningún valor en viajar (por lo cual nunca gastarían dinero en viaje) y lo mismo vale para la mayoría de las personas con las que crecí. Claro, no les echo la culpa porque es su elección. Lo que quiero destacar, sin embargo, es que no fue fácil crecer rodeada con esa mentalidad y finalmente liberarme de su armadura y respirar sola – salir de ahí y hacer mi cosa.

Aún me acuerdo de estar en una clase en la universidad observando un mapa grande de Sudamérica colgado en la pared. Empecé a leer para mí misma los nombres de las ciudades que aparecían y sentí como si debería estar ahí pero parecía imposible que esto pudiera llegar a cumplirse algún día. Sin embargo, un año después las circunstancias se alinearon e hice mi primer viaje largo, desde Colombia hasta el sur de Argentina, tal como lo había imaginado aquel día mientras observaba el mapa.

Después de ese viaje supe que no había vuelta para atrás. Sentí la emoción de descubrir lo desconocido, el encanto de tener todas las posibilidades abiertas, la liberadora entrega a las incertidumbres de mañana. Eso fue mi cosa y no quería fallarla.

Entonces volví  y me di cuenta de que, mientras yo estaba más determinada que nunca a perseguir nuevas aventuras, no mucho había cambiado en mi ausencia. Las prioridades de la gente en mi alrededor seguían siendo las mismas y la sociedad seguía su curso de siempre – el de trabajo permanente, de relaciones largas más o menos estables, y el eterno ahorrar para los peores días (que al final nunca llegan porque de alguna manera las cosas nunca parecen estar tan mal como para invertir en ellas).

Con el tiempo, en esas circunstancias, mi entusiasmo inicial de vivir mi vida cuanto más libre, dejándome llevar en el viento a dondequiera que debería estar, se entrelazó con el miedo que compartía la mayoría. El miedo de no asegurar el futuro, la casa, mi familia, la pensión (esto, claro, siendo el factor que parece provocar más terror de todo). Ya he intentado a explicar de donde viene este miedo en otra publicación.

Así que decidí buscar una solución que me permitiera no tomar ninguna decisión o sacrificio, sino intentar de tenerlo todo. Como el rápido pasar del tiempo siempre me ha provocado mucho estrés (algo que heredé de niña escuchado la gente mayor quejándose constantemente de que el tiempo se pasaba tan rápido y que debería aprovechar mi niñez mientras podía), trabajar duro y ahorrar durante cinco o diez años no era una opción.

La otra era buscar trabajos en países diferentes y así viajar y ganar dinero al mismo tiempo.

Así que escogí la segunda y durante dos años intenté a hacer eso. Suena como un sueño, y sí tuve mis momentos de entusiasmo, pero en total resultó siendo una decepción. Me quedé tan frustrada con el hecho de no tener la misma libertad que alguna vez sentí. Entendí que no lograba tolerar la rutina que me imponían los demás.

La vida es todo lo que pasa en cada momento – no algo que pasa entre paréntesis. Durante las vacaciones o un año sabático. No estuve dispuesta a tomar ”tiempo libre” para vivir mi vida.  O la vives, o no la vives. Así que lo renuncié todo porque el viaje para mí no es algo que sucede entre las paréntesis – es todo lo que sucede fuera de ellas.

He trabajado y vivido en varias ciudades europeas, pero solo con Porto me enamoré a primera vista.

Ahora entiendo que la solución a este rompecabezas de satisfacer esa necesidad tan profunda de viajar y, al mismo tiempo, asegurar un ingreso estable no era posible sin tomar una decisión, un sacrificio. Y ahora veo que solo cuando hice eso, realmente lo obtuve todo.

Mi sacrificio no consistió en cambiar mis condiciones externas, aunque eso también lo hice. Consistió en deshacerme completamente de esa sofocante y limitadora armadura que heredé de mis padres, amigos y de la mayoría de la gente en general, no solo en Croacia pero no todas partes donde había estado. Me cansé tanto de su peso y simplemente quería ser, aunque el precio, paradójicamente, fuera mi vida.

Aún recuerdo el día cuando me la quité. Ese día, después de renunciar el último trabajo ”normal” que tuve, sentí que alcancé el final en cuanto a la vida ajustada a las reglas del sistema. Lloré tanto, sin poder parar mis sollozos durante horas porque me sentía traicionada, decepcionada, usada, engañada. Había dado todo de mi parte para ser felíz y no se cumplía – el sistema no me daba nada a cambio.

Llegué hasta el final del camino y no supe qué hacer más porque el mundo no ofrecía una salida directa y fácil para los que querían ser simplemente ellos mismos.  Esa noche soñé con que me quitaba la vida y, mientras mi conciencia ligeramente se desvanecía, abrí mis ojos, como si fuera a una vida nueva, sintiendo una paz universal, un alivio y una sensación de libertad.

Supe entonces, de nuevo, que no había vuelta para atrás. Nada sería lo mismo a partir de ahora, me lo prometí. Haría mi cosa y si acababa sola, abandonada, pobre y enferma, sin tener nadie quien me cuidara, que así sea.

Hice entonces mi viaje de tres meses haciendo senderismo en las islas Azores en el medio del Atlántico, lo cual me ayudó reconectarme de nuevo con el lugar a donde todos pertenecemos – la naturaleza.

Poco tiempo después hice mi viaje de seis meses por el Sudéste Asiático, lo cual me ayudó asimilar nuevas decisiones y los cambios.

Ahora mismo estoy descansando en las Azores (galería)Sé que cuando llegue el momento indicado la nueva destinación se me revelará, como siempre hasta ahora, y responderé a mi espíritu nómada de nuevo :).

Las oportunidades de ganar dinero también aparecen solas, tal como debería ser, en los momentos cuando más lo necesito (y cuando, en realidad, puedo dedicarme a ganarlo). Frecuentemente me hago recordar las numerosas ocasiones en las que estó ha pasado hasta ahora para no despistarme (asustarme) de nuevo y perder mi curso. El viaje aún se continúa.

¿Por qué escribo todo esto? Quiero que sepas que estar en un movimiento constante es mi elección y he luchado muchisimo para alcanzar el punto en el que finalmente puedo vivirlo. Y es posible.

Quiero que entiendas que no he escogido una salida más fácil o una huida de las responsabilidades de la vida – es justo lo contrario. Me estoy comprometiendo con la vida mucho más de lo que te podrías imaginar porque el camino que escogí no es un camino bien pisado (aunque estoy convencida de que algún día llegará a serlo).

Quiero que cuestiones la convicción de que la gente que no se queda en un lugar fijo, como yo, debe estar buscando un hogar, una vocación, una pareja o un sentido. Puede ser así pero yo he renunciado a todo eso ese día que me quité la armadura. Porque, a partir de ese viaje por Sudamérica, yo siempre supe a dónde pertenecía. Yo supe quien era. Yo supe cuál era mi cosa. Pero la parte difícil fue aceptarlo y finalmente vivirlo porque no es lo mismo que la mayoría elige hacer, ser, perseguir, vivir. 

¿Realmente crees que todos pertenecemos a un solo lugar? ¿Que al salir de ese lugar concreto, con un nombre y una dirección fija, estamos condenados a soledad y abandono? Yo no, porque mi experiencia me ha mostrado lo contrario. No ha sido siempre fácil, pero nada en la vida es siempre fácil.

“Sólo eres libre cuando te das cuenta de que no perteneces a ningún lugar — perteneces a todos los lugares!”

Maya Angelou, poeta americana

¿Por qué esto me importa tanto? Pues, porque es verdad. No es un cuento hippie o una fase por la que estoy pasando. Todo antes de este punto de libertad han sido fases y huidas que finalmente guiaron mi camino (de vuelta) a lo que hace mucho presentí que era mi camino auténtico.

Las fases de lucha contra mí misma para poder encajar en el sistema, asegurar la existencia, cumplir con las expectativas de los demás y ganar su reconocimiento. Las fases de eterna búsqueda, siempre conduciéndome al mismo lugar.

Todo eso fue necesario pero ahora he abandonado la búsqueda porque lo que una vez encontraba buscando, solo me despistaba. Por eso escojo entregarme a las oportunidades imprevistas y atender simplemente a mis impulsos internos, en vez de buscar frenéticamente lugares, personas y cosas determinadas.

Decido tomar solo lo que se me ofrece, confiando firmemente en que siempre será justo lo que necesito. Si eso significa no tener una dirección fija para el resto de mi vida, no trabajo, casa, novio, pensión, familia o amigos (todas esas cosas que erróneamente pensamos que son imprescindibles para vivir), yo lo acepto.

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