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Planear menos puede llevar a experiencias más memorables – el caso de Birmania

No es por casualidad que mi madre suele llamarme ”el último momento”. La gente prefiere organizar las cosas con antelación para reducir el estrés, pero en mi caso, ocurre lo contrario – planear me estresa más que hacer las cosas en el último momento.

Concretamente, a la hora de viajar, creo que planear demasiado puede hasta ser un obstáculo para el aprendizaje, la creatividad y la conexión (además, irónicamente, puede costar más dinero). Planeándolo todo intentamos evitar los problemas, pero así también perdemos la oportunidad de buscar soluciones creativas. Si hacemos un plan detallado de la ruta y de las actividades, no dejamos suficiente espacio para explorar y conectar con la gente en lugares de menos interés turístico. Y las oportunidades para relacionarse con los locales y conocer los aspectos culturales más auténticos suelen ser mayores en estos lugares.

La gente también suele planear para aprovechar al máximo su tiempo y visitar el mayor número de atracciones turísticas. Lo entiendo y debe ser algo común en cualquier viajero. Sin embargo, también creo que es importante analizar de dónde viene esa necesidad y poner límites. Es realmente necesario verlo todo? ¿No es estresante cumplir con esas largas listas con miles de sitios de interés, sobre todo cuando tienes solo un par de días o semanas disponibles? ¿Qué calidad te ofrece este tipo de viaje? ¿Qué te llega a aportar? ¿Te queda tiempo para relacionarte con la cultura local?

Después de unos años viajando (y otros más encima :D), he aprendido a dejarme llevar por mi instinto y concentrarme en las cosas que yo quiero hacer, en vez de dejarme llevar por lo que hacen los demás. Sí, muchas veces acabo en los sitios turísticos, pero la manera espontánea, orgánica de llegar ahí marca la diferencia en la experiencia.

Cuando llegué a Birmania no tenía un itinerario claro. Con poca paciencia para leer las guías turísticas y confiando en la recomendación de la gente local, decidí tomar las cosas con calma y hacer lo que me apetecía. Sabía que quería viajar en tren porque una vez lo había visto en algún documental sobre Birmania y se quedó grabado en mi memoria como algo que valía la pena hacer. Así que, después de cruzar la frontera, la gente local me dijo que la ciudad más cercana en tren era Mawlamyine. Así apareció en el horizonte mi primer destino.

Cuando llegué ahí me encontré con un grupo de taxistas que me aconsejaron que debía ir a Mudon – una pequeña ciudad donde justamente ese día en concreto los locales celebraban el cumpleaños de un prominente monje y había una gran fiesta. No pude pagar ese viaje, ni siquiera por el precio regateado. Sin embargo, uno de los taxistas insistió en que fuera así que le ofrecí el precio más bajo posible, pensando que diría que no. Pero dijo que sí. Entonces intenté convencerle de que no fuéramos porque sabía que él perdería dinero pero a Soe no le importaba. Él estaba tan feliz y entusiasmado como si mi aparición y ese inesperado viaje a Mudon fuera lo más importante.

Cuando llegamos a Mudon vimos la estatua de Buddha tumbado más grande del mundo (que yo ni sabía que estaba ahí), hablamos sobre el Budismo y comimos la comida tradicional. Soe me regaló la madera de thanaka y me explicó cómo usarla para pintar mi cara. Al día siguiente me llevó al restaurante que gestiona su familia donde tuvimos el desayuno típico y me enseñó algunas atracciones de Mawlamyine. Insistió en que debía visitar la ciudad en la que nació – Mrauk-U.

Mrauk-U queda apartada de las típicas rutas turísticas, lejos en el norte del país cerca de la frontera con Bangladesh. El hecho de que esta ciudad también sea una zona de conflicto la hace un destino aún menos atractivo para la gran mayoría. Decidí viajar por el país, siempre y cuando las conexiones por tren me lo permitieran, con el propósito final de llegar a Mrauk-U.

En Bago, una de mis primeras paradas del tren, conocí a Nyi – un local que me llevó en su moto a conocer la ciudad y las afueras. Me invitó también a visitar su casa – era una típica casa de madera. Entre otras cosas, aprendí de Nyi que había muchos emigrantes procedentes de birmania en Korea donde llevaban una vida muy dura. Él estaba a punto de juntarse ahí con sus hermanos. Antes de irme, Nyi tuvo una sorpresa para mí – un vestido tradicional burmés (longyi).

Esperando el tren a Yangon, conocí a una pareja local jóven recién casados. Aproveché para preguntar sobre las costumbres burmesas relacionadas con el amor, las relaciones y la vida familiar. La chica, Thinn Nwe, me ayudó a mejorar mi vergonzosamente limitado vocabulario burmés y me informó sobre los platos típicos del país.

Thinn Nwe diseñó sola su vestido de boda.

En Yangon fue difícil encontrar alojamiento barato. Me desesperé un poco y me imagino que el chico que trabajaba en el último hostal en el que entré se dio cuenta de eso. Me ofreció quedarme a un precio bajo en el cuarto que compartía con el otro recepcionista. Nos llevamos muy bien así que por la noche me invitaron a tomar una botella de whiskey burmés con ellos. Al día siguiente, salí con uno de ellos estrenando mi longyi.

De Yangon fui a Mandalay – desde allí pude hacer el viaje en tren por el viaducto de Goteik. No quería perderme esa experiencia, sin embargo, todo indicaba que se necesitaban dos días para hacer ese viaje – dos días que yo no tenía porque ese mismo día quería coger el tren nocturno para ir a Bagan.

Decidí arriesgarme. El tren salía de Mandalay a las 4am y pasaba por el viaducto sobre las 11am. Con suerte, haciendo dedo conseguiría algún coche de vuelta hasta el mediodía y estaría en Mandalay a las 5pm, justo con tiempo de tomar el tren a Bagan a las 7pm.

Sin embargo, el tren se atrasó dos horas así que salimos recién a las 6am y cruzamos el viaducto a la una. Pero yo no perdía la esperanza. Empecé a hacer dedo y media hora después estaba en un coche con un tipo que conducía como un loco por una carretera de curvas y estrecha bordeando los precipicios de la montaña. Por suerte, me daba lo mismo – estaba tan cansada en ese momento que me dormí inmediatamente. Después de cambiar otro coche más, llegué con mucha suerte a Mandalay a las 6.30pm y media hora después estaba sentada en el tren a Bagan!

Después de Bagan finalmente llegué a Mrauk-U y entendí por qué conocí a Soe al principio del viaje y por qué justamente ese lugar se había grabado en mi mente como mi destino principal. Una de las experiencias más memorables hasta ahora tuvo lugar allí. Pero esa historia merece un post aparte así que ten paciencia.

Una de las numerosas pagodas en Mrauk-U.

Lo que quería ilustrar aquí es que planear menos no necesariamente conduce a experiencias negativas. Posiblemente lo contrario, nos puede llevar a las aventuras que nuestra mente no llega a programar. Es por eso que yo prefiero dejarme llevar, no crear expectativas y dejar todas las puertas abiertas para cualquier cosa que pueda suceder. Es también por eso que suelo viajar sola – he notado que mucha gente simplemente no logra relajarse de esta manera.

Si hubiese reservado mi alojamiento con anticipación, no hubiese acabado saliendo con un burmés llevando el traje típico. Si me hubiese dejado guiar únicamente por los horarios oficiales del transporte, hubiese perdido la oportunidad de cruzar ese viaducto tan especial. Si hubiese planeado comprar un vestido burmés tradicional, no hubiese sido tan especial como el que me regaló Nyi. Ese tipo de cosas imprevisibles suceden cuando permitimos suficiente espacio para ellas – con más flexibilidad, menos control y menos expectativas.

He mencionado aquí solo unas cuantas situaciones cuando, en realidad, diariamente se presentaban casualidades y circunstancias impensables que me hacían sentir más presente, más cercana a Birmania y a su gente.

Admito, sin embargo, que a veces planear viene bien. Si me hubiese informado un poco mejor antes, probablemente hubiese esquivado la vuelta de la frontera de Birmania y Tailandia a Yangon, en el viaje de 22 horas en el bus que se rompió tres veces (pero cada vez confié en que lo arreglarían – los burmeses tienen solución a todo). En resumen, en la frontera, después de varias escenas dramáticas, recibí la carta de expulsión de Tailandia por no tener una visa válida.

Me costó el tiempo y dinero (y ninguno de los dos tenía), sin embargo, ahora cuando pienso en esa experiencia sonrío. Al final, la gente en la frontera se conmovió tanto por mi ”tragedia” que nos pagaron a mí y a mi amigo una noche en el hotel para descansar y retomar el viaje de vuelta al día siguiente. La policía burmesa llegó a comentar que nunca habían visto un gesto similar de parte de las autoridades tailandesas. Es más, para los días que necesité para renovar la visa en Yangon me hospedó un chico español excelente. Su contacto me lo habían pasado unos viajeros rusos un par de semanas antes y, sinceramente, nunca me había imaginado que lo llegaría a usar.

No sé si estas cosas son solo coincidencias o las atraemos con nuestros pensamientos. Si son los pensamientos, entonces no pienses demasiado – las experiencias que más se quedan grabadas en la memoria son precisamente aquellas impensables.

Que te expulsen de Tailandia no es ninguna broma!
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